Cultura

Werner Segarra retrata la libertad de los vaqueros

Agencias.

Desde hace décadas, Werner Segarra documenta la existencia a contracorriente de los vaqueros de la Sierra Alta de Sonora. Es una belleza para la fotografía, algo increíble. Pero vivir eso es otra cosa, no es nada cómodo. A muchos de los vaqueros les encanta estar libres en el campo. Hay una preciosidad. Creo que ellos lo entienden, pero a la vez hay sufrimiento, comenta en entrevista telefónica sobre esta forma de habitar casi desconocida en México, como sacada de las películas del viejo Oeste.

En imágenes en blanco y negro con alto contraste, se aprecian panorámicas con montañas y cañadas donde los caballos parecen espíritus en las extensiones naturales y deshabitadas, mientras las instantáneas a color muestran la intimidad de los hogares.

El Museo Nacional de Antropología inaugura hoy la exposición Vaqueros de la Cruz del Diablo, con paisajes y retratos de comunidades del norte de Sonora que Segarra ha fotografiado por más de 30 años.

‘Rancho Sanquintin. Chejo, Chuyito y Pilo’. Huachinera (2017). Foto ©Werner Segarra

A través de la lente se revela una narrativa que va más allá del cliché, mostrando la complejidad, la dignidad y la humanidad del vaquero contemporáneo. Así se describe la muestra integrada por una selección de 20 imágenes impresas en gran formato.

La actividad ganadera comenzó en el norte de Sonora en el siglo XVI, de donde se extendió a otras partes de México. Los rebaños son arreados a través de montañas, riberas y valles, tal como se acostumbra desde hace cientos de años. Alguna vez, al mostrar su portafolio en la Ciudad de México, alguien exclamó: no sabía que existían en nuestro país.

No quiero que mis hijos hagan esto

Segarra cuenta que “todavía hay mucho ganado y es un negocio grande, pero es bien fuerte para la gente en Sonora. No ha llovido en año y medio, muchos de los ranchos chiquitos están sufriendo. Siempre hay papás que dicen: ‘no quiero que mis hijos hagan esto. Quiero que vayan a la universidad y trabajen allá’, porque no es para cualquiera”, relata en español con marcado acento boricua.

‘El peñasco blanco. Mamo y Miguel Agustín, Pollo y Nico’. Huásabas (2018). Foto ©Werner Segarra

Werner Segarra nació y pasó su infancia en Puerto Rico. Desde niño fantaseaba con los vaqueros o cowboys del lejano Oeste, como los de la fiebre del oro en los siglos XVIII y XIX. Cuando su madre de origen alemán se casó con un estadunidense primero se mudaron a Arabia Saudita y después fue enviado a estudiar a la preparatoria en Sedona, Arizona, porque quería montar a caballo. Consistente con su sueño, por un intercambio escolar llegó a los 14 años a una lejana comunidad vaquera en Sonora. Esto fue en 1982, no había carreteras pavimentadas ni nada.

Ahí encontró a una familia ganadera que lo acogió, a su mejor amigo y a una comunidad con una rica cultura, tradiciones, rituales religiosos y cohesión. Incluso le regalaron un pedazo de tierra para construir su casa, que todavía tengo. Cuando volvió el siguiente verano lo fueron a recoger al aeropuerto en una pipa y después de ocho horas de camino desde Hermosillo llegó a la zona inhóspita del norte mexicano para ser parte de una forma de vida a punto de desaparecer.

Al consultar a Segarra sobre la dificultad para fotografiar a un grupo de personas poco accesible, responde que le han preguntado lo mismo muchas veces. Como me crié con ellos, me visto y me parezco a ellos, me tiro a caballo donde sea, tengo una relación muy cercana con ellos, a veces aunque los acabe de conocer. Ahora que hay tecnología, la gente ya sabe de mí. (Alondra Flores Soto/La Jornada).

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