Opinión

COLUMNA: ÍNFULAS. Tema: “Rapiña: una herida social que no queremos ver”

Por: Luz Elena Hernández Niño. Abogada.

Hemos normalizado la rapiña. Y no, no es una exageración. Cada día vemos en las noticias cómo, tras un accidente en carretera, lo primero que ocurre no es la llegada de auxilio para los heridos… sino la llegada de los saqueadores. Así, sin pudor. Personas que se abalanzan sobre los restos del camión siniestrado, no para ayudar, sino para robar. Sí, robar, no le pongamos adornos a la palabra.

Rapiña, en su definición más cruda, es el acto de apoderarse de lo ajeno aprovechando el caos, la vulnerabilidad o el dolor. Es sinónimo de saqueo, pillaje, despojo. Pero más allá del diccionario, la rapiña es una radiografía social: el síntoma de una sociedad enferma de indiferencia, donde el dolor ajeno se convierte en oportunidad de negocio.

Triste, pero real. Más tarde, esa misma mercancía aparece en redes sociales, en “ofertas”, como si no proviniera de un hecho trágico. No hay vergüenza. No hay temor. No hay ley. Solo una peligrosa normalización del delito.

¿Dónde quedó la empatía? ¿Dónde está la humanidad que nos debería estremecer ante un conductor atrapado, posiblemente agonizante? Porque mientras ese hombre lucha por su vida entre los fierros retorcidos, hay quienes le pisan la sangre con tal de llevarse una caja de naranjas o un cartón de cervezas. Así de brutal. Así de real.

Esto no es nuevo. Lo vimos durante años en el tramo de “El Capulín”. ¿Lo recuerda? Donde “algunos” habitantes de comunidades cercanas corrían al escuchar un impacto, no para auxiliar, sino para hurgar entre los restos. No solo saqueaban tractocamiones, también a vehículos particulares. Incluso a personas que acababan de perder la vida. Es duro decirlo, pero más duro es ignorarlo.

¿Le parece exagerado? De verdad…ojalá lo fuera.

Ayer fue otro ejemplo. Un camión cargado con naranjas volcó cerca de la caseta del kilómetro 37 en la carretera Rumbo Nuevo. Es el sexto accidente en ese tramo. Y pese a los antecedentes, el secretario de Obras Públicas del Estado, Pedro Cepeda Anaya, ha decidido que la caseta se queda ahí. Porque, al parecer, la recaudación importa más que las vidas.

El accidente fue grave. El conductor agonizaba. Mi amiga Martha me llamó, desesperada, al ver cómo nadie hacía nada por ayudarlo. Lo más urgente para los presentes era llevarse las naranjas. Ni siquiera la presencia de diésel derramado y personas fumando en medio de los restos fue suficiente para frenar la rapiña. ¿Se imagina el riesgo? ¿La imprudencia?

Tristemente, una persona de las que viajaban en el camión murió. Y en vez de un homenaje a su vida, lo que quedó fue el eco de las pisadas de quienes andaban en “la rapiña”. Su muerte se perdió entre la fruta robada, entre la indiferencia.

No escribo esto para juzgar ni para condenar sin entender. Sé que hay carencias, necesidades y realidades difíciles. Pero nada justifica la deshumanización. Nada justifica que el dolor ajeno se convierta en una oportunidad para obtener algo.

Hoy, lo único que deseo con esta reflexión es invitarle a mirar distinto. A preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad. A detenernos, aunque sea un segundo, y elegir ayudar en vez de ignorar, respetar en vez de aprovechar.

Cada accidente es un reflejo de lo que somos. Y lo que estamos viendo es aterrador: una sociedad que ha sustituido el dolor por conveniencia, la empatía por codicia, la ayuda por el hurto.

No espero cambiar la mentalidad de todos. Pero sí espero que, la próxima vez que vea un accidente, alguien se detenga a ayudar antes que a robar.

Y finalmente, por favor, cuídese cuando transite por esas rutas, porque el gobierno no lo hará. Pero más aún: cuídese de convertirse en parte de esta rapiña, la que no solo roba mercancía, sino que saquea lo más grave: nuestra condición humana.

Por hoy es todo. Gracias y hasta pronto.

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